Las cosas importantes #6
Voy a hacer un esfuerzo muy grande por no hablar de fútbol, a pesar de que el mundial esté dominando todos los aspectos de mi vida.
En alguna entrada anterior dije, muy a la pasada, que un poema no es otra cosa que la mitad de una canción. Le presto mucha atención a las letras de las canciones, aunque no siempre por los mismos motivos. Una buena letra no es necesariamente una que habla de grandes cosas, ni siquiera hace falta que tenga muchas palabras. Por ejemplo, la letra de Chica Rutera, de Él Mató a un Policía Motorizado, me parece fantástica y lo único que dice en toda la canción es:
Espero que vuelvas
Chica rutera
Pero, de nuevo, un poema es la mitad de una canción. Leer la letra de un tema no es suficiente para apreciar si la letra es buena o no. La manera en la que la letra es moldeada por la melodía es parte de ella. Por algo no es solamente un poema.
Otra letra que me enloquece (y es casi lo opuesto a Chica Rutera) es Thunder Road, de Bruce Springsteen. Thunder Road usa muchísimas palabras y cuenta toda una historia, no es una frase suelta que deja todo en el fuera de campo (como Chica Rutera). Así empieza:
The screen door slams, Mary’s dress sways
Like a vision, she dances across the porch as the radio plays
Roy Orbison singing for the lonely
Hey, that’s me, and I want you only
Don’t turn me home again
I just can’t face myself alone again
(Repito: leer la letra no es suficiente. Pongan la canción mientras leen.)
De entrada, el narrador pinta una escena casi como un guión de película. Las oraciones son más o menos complejas pero la métrica es perfecta y la rima entre sways y plays llega con una satisfacción que, si no la sienten, lo lamento mucho por ustedes. Hay un clima, personajes, sonidos, movimientos. Pero nunca deja de ser una canción pop. A su manera.
Hay otras letras que me fascinan pero no sé de qué hablan. Por mi propia culpa, nunca me detuve conscientemente a pensarla. Pero, como las letras no son solamente texto en una hoja, tampoco me hace falta. Escucho la canción y el fluir de las palabras es bello en sí mismo. Ahora, por ejemplo, estoy escuchando mucho el disco Whiteout Conditions, de The New Pornographers. La canción homónima tiene una de esas estructuras que van muy rápido y que casi ponen una sílaba por cada pulso de la melodía. Leí la letra a la par de la canción y me fascina, pero no sé de qué habla, no me interesa. Me encanta, por ejemplo, la primera estrofa:
Flying and feeling the ceiling
I’m barely dealing
And the faces, the faintest of praises
Are too revealing
Such a waste of a beautiful day
Someone should say
It’s such a waste of the only impossible, logical way in
Por cómo viene la estructura de la estrofa, el último verso debería, o por lo menos podría, terminar en impossible. Pero la letra sigue, llenando con palabras la ¿caída? de la melodía y metiendo la hermosa rima que se venía dilatando entre revealing y logical way in. No importa qué está diciendo, es como un rompecabezas perfecto.
Un poco lo que quiero decir con todo esto es que, a mí personalmente, me resulta imposible separar el arte de la belleza. Estas tres letras, ante todo y a pesar de ser muy distintas entre sí, me parecen bellas. Semánticamente bellas, estructuralmente bellas, gramaticalmente bellas.
Yo estudié cine en dos instituciones distintas. La mayor parte del tiempo, la instrucción era que cada decisión debía estar justificada, que “me gusta que sea así” no era un motivo válido para que la cámara estuviera acá y no allá. No me voy a pasar de rosca, entiendo por qué insistían con que pensemos así. Pero si la base de lo que estamos contando (en el caso del cine) es sólida, podemos permitirnos momentos de belleza injustificada. En verdad, creo, lo que uno tiene que hacer es entrenar el instinto. Lo que uno percibe como bello está viniendo de algún lado real.
La letra de The Obvious Child, de Paul Simon, es maravillosa (y le voy a dedicar una entrada entera otro día). Va un poco por la línea de Thunder Road en cuanto al tipo de letra que es. En algún momento, Paul dice la línea “the cross is in the ballpark”, una frase que no tiene mucho sentido. La dice dos veces, al principio y al final. Le preguntaron qué significaba y la respuesta de Paul fue algo así como que necesitaba una frase que entre en la métrica de la canción y esa frase “sonaba bien”. Nada más. Pero la segunda vez que la dice, sobre el final, la dice con mucha más determinación que al principio, como si significara algo. Y, en algún sentido, lo hace.
Me rindo, voy a hablar de fútbol.
Un lugar común del periodismo deportivo (y de mucha gente en el mundo) es celebrar a los equipos defensivos y denostar a los equipos ofensivos o más creativos. A los primeros les llaman equipos “tácticos”, a los segundos no los llaman. Alguna frase que podría escucharse en la televisión en cualquier momento es “jugar lindo está muy bien, pero los partidos hay que ganarlos”. Nótese la ironía con la que esta gente se refiere a la belleza como cualidad.
Los directores técnicos y jugadores han desarrollado un lenguaje para justificar teóricamente la belleza de sus equipos. “Es más probable ganar si tengo la pelota que si no la tengo”, por ejemplo. Pero el fútbol, antes que cualquier otra cosa, es un espectáculo visual. ¿Por qué no querrías que el deporte sea lindo de ver? ¿Por qué no aspirar a la belleza?
The cross is in the ballpark.